Arica: 1-2-3 por mí y mis dos compañeras!

Mayo 2020, las esperanzas estaban puestas en volver a competir en la distancia mítica del 70,3, half o como quieran llamarle. Comenzaba a indagar sobre una serie de preguntas que venían a mi cabeza en relación con los tiempos que llevo entrenando este deporte y a los propios límites impuestos de ritmos, de modos y de forma de vivir el triatlón.

Recordaba ese triatlón sprint de Colbún, diciembre del año 2021, que sentí un pánico dantesco antes de entrar al agua, que casi me paraliza en la salida, cosa impensada para mi después de ya haber corrido a lo menos en 15 carreras de media distancia y haber debutado en un full Ironman. Pero ahí estaba, en la orilla del lago Colbún tiritando como si me fueran a ejecutar, con miedo a no lograrlo, con esa necesidad imperiosa de no tener a quien llamar para contarle de mi llegada (mi triunfo ha sido siempre llegar a la meta), porque el 2020 producto de la pandemia partió de esta existencia la persona más amada y quien, a pesar de no entender nada de triatlón, disfrutaba de mis medallas. Pánico, a no tener quien me recibiera en meta, pánico de no orgullecer a nadie, mis propios miedos. Sin embargo, logre largar y terminar, con un torbellino de emociones.

Nuevamente se presenta la carrera de Colbun, marzo 2022, sin miedo, pues iba acompañada, porque mi hermana del alma (la Pao) estaba conmigo, natación anulada por neblina, y yo flotando y calmando a a otros al interior del agua, sin ver nada, sin tener idea de donde estaba la orilla, como una nadadora empoderada. Volví a confiar y mi amiga estaba esperándome. Si, había quien me esperara.

Comienzan los planes para el Half de Arica, pero aparece Mayo, mis dos amigas de años, diagnosticadas con cáncer. En un momento no supe como poder ayudar, fuera de estar presente. Recordé que cada entrenamiento para mi es un momento de conectar con el universo, y decidí que serían ellas mis dos motivaciones.

Diez días antes de la carrera, un accidente doméstico me dejo con una doble fractura expuesta en el dedo medio de la mano izquierda. Le faltan letras “o” a la palabra dolor tanto físico como emocional, porque tenía a mis amigas ahí y no les podía fallar.

Me contacté con Luis del protolab de la UMayor, pero no me daba tiempo para una férula más pro, me propuse ir a nadar con una adaptación de la que me hizo el traumatólogo, Tegaderm y listo. Dolió, pero se pudo a lo menos ingresar a la piscinados veces más.

Arica, largo viaje desde el lugar más lindo de Chile, laregión de la Araucanía. Encontrarse con amigos fue un refresco para el alma, el Team Bustos me adoptó como parte de los suyos en sus entrenamientos y almuerzo. Corrí rapada, sí, porque llevaba a mis amigas en mi corazón y en mi cuerpo. Los símbolos son parte de mí (sino pregúntenme por los tatuajes).

Por primera vez, no tuve nervios enninguna parte de los preparativos, armé tranquila la bicicleta a una mano y media y disfruté, realmente disfruté cada minuto (nunca me había pasado, no estar nerviosa antes de una carrera).

Día carrera: Aguas frías, al ingresar al calentamiento previo, me corté la planta del pie con una roca, bueno, sin importancia la verdad. Comienza la largada y me fui con calma, a una brazada y media (el dedo dolía), el oleaje nos hacía bailar sobre el agua. Tuve una primera guerra con el miedo en el primer giro, pero recordé a mi persona favorita y las veces que nos metíamos de la mano al mar en algarrobo y cuando venía una ola nos tomaba y nos hacía saltar, no existía el miedo y así culminé el nado. Salí y al ir sacándome el traje, un voluntario me intentó ayudar, pero al no saber que andaba con guante negro, jaló de mi dedo. Mi frecuencia cardiaca subió, el dolor me atravesó la espalda, le grité y le gritaron “¡el dedo está fracturado!”, el soltó. Llegue a la T1 sin saber que hacer, años teniendo transiciones geniales y en ese momento no sabía ni siquiera si debía correr o pedalear, mire al lado y la bicicleta de Franchi no estaba. Me puse el casco y partí.

Mala decisión fue dejar puestas las zapatillas en los pedales…. no tenía como abrocharme la izquierda, me costó un mundo (literalmente 2 kilómetros di jugo), finalmente en una decisión arriesgada, pasé el brazo derecho al otro lado del cuadro y ajusté la cinta del zapato. Ahí comenzó mi juego, en lo que más me gusta. Disfruté. Tuve que recalcular la comida, pues había menos geles en la bici de los que había dejado, pero no hubo problemas. Medité cien sílabas una y otra vez durante las 3 horas, por ellas, por las fuertes, por las resilientes, por verlas siempre sonreír. Había un tramo lleno de piedras, varios pinchazos, y dije “viejo, bárreme las piedras por favor”, seguí.

Y se acabó el ciclismo, a correr. Tenía frio y había sol, raro, deshidratada no estaba. Volver a planificar. Trote conservador, a potencia fija como me dijo Marcelo Caro, mi tremendo entrenador, trote conectado con la naturaleza como me dijo Sebastián Paniagua. Imaginaba a mi papá gritando “Trota, Xime, Trota”. Se escuchaban los gritos de Sandra y Dani del Team Bustos (gracias son lo máximo), los gritos dentro de la carrera, la carrera más sorora que he corrido, todas las mujeres que corrían el medio, animándose entre ellas, fue hermoso. Y ahí, en el último giro, me entregan la corbata del colegio, en definitiva, el giro más rápido y más emotivo.

Ya en meta, lloré. Lloré por estar, por estar viva, por rezar a mi manera durante esas 5:36:44, lloré porque me dí cuenta en ese momento que era el día del padre y a mi pobre viejo lo tuve trabajando todo el trayecto. Por enfrentar mis miedos y mi dolor, en pos de comprender a mis amigas. Si, hoy me siento una superhéroe, pero no por cruzar la meta. Por ser mujer, por ser madre cuidadora, por ser trabajadora, profesional, docente. Por tener que levantarme a horas inciertas y a veces volverme a acostar porque mi hija quiere “despertar con mami”, por sacrificar las salidas con amigos, por almorzar en el auto después de ir rauda a la piscina (si, no puedo entrenar fuera de casa a las 6.00 como desearía porque tengo un diminuto humano de seis años que depende de mi) por elegir bien, por planificar mis entrenamientos indoor confiando a ojos cerrados, todo el tiempo, por elegir algo que me hace ser mejor para mí y de esta forma, para los demás. Orgullosa por nunca parar de sonreír.

Gratitud es solo lo que me queda por decir, a mis compañeros de trabajo de UMayor (que me esperaron con la oficina adornada), a mi equipo Trilab360, a la nutricionista Andrea Oyarzún, a mis amigxs del triatlón, a mis compañerxs de vida que siempre están, a las marcas y amigos que me apoyan (aunque no lo crean: Pachamama, Clinica Neoesthetic, Avena Bosque, Zeya, Globalkine, BeColor). Gratitud frente a la perseverancia de mantener mis convicciones firmes, mi alimentación consciente y mi eterno respeto por la naturaleza. Gracias también al enemigo que estuvo presente, porque me demostró que se puede razonar y no reaccionar. Gratitud de comprender que los pánicos no existen, somos autores intelectuales de su existencia y artífices de sus decesos.

Agradezco a Triatletas por el evento que me permitió vivir estos momentos

Autor:

Xime Martinez

Publicado en Reportes.

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